jueves, 16 de abril de 2015

UNA MIRADA EN EL RECUERDO (2ª PARTE)


La tejera de Villalmanzo. Años cuarenta


Muchos son los oficios que se han desarrollado en Villalmanzo: agricultor, pastor, carretero, tejedor, tejero, herrero, afilador, modisto, telero, posadero, carnicero, escobero, cacharrero, pescadero, estanquero, cartero, sacristán, médico, barbero… unos han desaparecido, otros siguen vigentes, aunque desde luego hayan evolucionado: tendero, mesonero, barbero (hoy peluquero), cartero… y otros son nuevos, como el de fontanero, mecánico... Nos hubiera gustado hablar de cada uno de ellos, porque su ejercicio, sobre todo en un pueblo, siempre evoca recuerdos a los vecinos, pero no debemos hacerlo, porque esto se extendería demasiado. No obstante, que estas líneas sirvan de homenaje a todos ellos. Aunque ha sido difícil la elección, hemos escogido cuatro de aquellos, que ya desaparecidos, han tenido un gran significado para el pueblo y permanecen aún en su recuerdo hasta tal punto, que son sus propios vecinos quienes los describen, y de una manera deliciosa…


EL OFICIO DE PASTOR

Aún se recuerdan los grandes rebaños que de Extremadura venían a nuestra Castilla donde se pastaba por esas grandes llanuras llamadas cañadas merinas. Aquellos pastores caminaban cientos de kilómetros acompañados de sus fieles perros (el mastín leones o el lebrel manchego), muy defensores de los ataques de los lobos, principalmente durante las noches de luna llena.
Cuando caía la noche y el ganado estaba cercado, el pastor cocinaba, hacía lumbre y, todos alrededor, comían las migas, muy bien hechas. Degustaban de ellas y de las carnes de su ganado.
Los burros de carga, con sus albardas al lomo. Unos traían los alimentos: pan, patatas, judías y carnes. Otros, las mantas y los útiles para toda la estancia en Castilla. Una vez terminada la temporada, siempre entrado el otoño, la vuelta a su tierra era muy diferente: de todo el ganado que habían traído, el 90 % había sido vendido en los mercados castellanos, llevándose, a cambio, trigo, garbanzos, titos, lentejas, alubias y, también, burros y caballos.
Pero estos pastores trashumantes no eran los únicos que pisaban nuestro suelo. En Villalmanzo los  teníamos propios. Sólo en el siglo XX el número de rebaños de ovejas superaba la decena. Cada pastor arreaba puntas de unas 120 cabezas, no todas del mismo amo. Para poder distinguirlas se marcaba el animal con una contraseña; la mayoría en una de las orejas, con una incisión, un corte etc. También se las marcaba en el lomo con un toque de pintura. Con ello, el pastor lo tenía más fácil, pues si moría una en el camino, se la tenían que enseñar al dueño y, de esta manera, bastaba con que trajeran la piel con la marca. Además, al llegar al pueblo para guardarlas, la marca de pintura hacía más rápida su distribución.
Los pastores, se ajustaban por San Pedro (29 de junio). También por estas fechas se realizaba el esquileo: con ello se preparaba a las ovejas para pasar los calores del verano y se las prevenía de las temibles garrapatas.
En el verano las ovejas no regresaban al pueblo: se quedaban en las tenadas que había repartidas por distintos términos del pueblo. Los pastores y sus perros, partían por la mañana temprano, con su cayado y en su zurrón algunas viandas para pasar el día: huevos, tortilla, chorizo de matanza… después de comer, tomaban leche de alguna oveja que en ese momento tuviera crías. Al finalizar el día, volvían a casa y, de cena, comían el cocido del mediodía.
En noviembre, las ovejas volvían del monte a las tenadas del pueblo, para que se pusieran fuertes y parieran, que ya venían en gestación. Estas ovejas eran las llamadas borras. Los corderos eran destinados al engorde y las hembras para la reproducción.
Las tenadas estaban construidas con adobes. Sus tamaños eran variados y la forma solía ser rectangular o cuadrada, en forma de vallado. Disponían de una sola puerta de entrada y, la parte superior, solo tenía la mitad cerrada con tejado, la otra parte estaba al aire libre. Estaban instaladas en varios términos del pueblo (Valdecalzada, La Dehesa, Valdondiego…)
El estiércol que generaba este ganado se lo repartían entre los propietarios de manera proporcional al número de cabezas que cada uno poseía.
Los carniceros del pueblo tenían un rebaño cada uno, pero solo durante cinco o seis meses al año. Compraban varios corderos y ovejas para su venta en las carnicerías y su sostenimiento. Los pastores que cuidaban estos rebaños eran de temporada.
En la primera mitad del siglo XX existieron otros rebaños: uno de mulos y dos de vacas (unas eran para la producción y otras para la labranza).
Hoy en día ya no existen en Villalmanzo rebaños de ningún tipo que pasten en el campo, pero sí existe ganadería. Hay 5 empresas que se dedican a la cría de ganado porcino (todas esta explotaciones están integradas en la Agrupación de Defensa Sanitaria Arlanza) y  dos granjas avícolas (están integradas en la Cooperativa Avícola Ganadera de Burgos).
Autor: Ricardo Arnaiz.

EL OFICIO DE TEJEDOR

El viejo oficio de tejedor sustentó a muchas familias en Villalmanzo a lo largo de siglos y, con su arte, hicieron famoso al pueblo: ¿quién no ha oído hablar de los telares de Villalmanzo?
El último tejedor fue Fernando Martínez Obregón, que falleció en 1973. Ejerció su oficio hasta el año 1966 en unos telares situados en el número 7 de la Plaza Mayor. Sus telares fueron adquiridos por la Excma. Diputación de Burgos, y expuestos en 1980, en la exposición de artesanía del Monasterio de San Juan de Burgos.
Su hijo nos cuenta cómo era el oficio de D. Fernando:
“Se hacían alforjas y mantas para el ganado y costales para llevar el grano. También se hacían en ellos: cobertores, mantas y sábanas de lino. Para las personas se tejían fajas de lana con las que se daban unas cuantas vueltas y no se pasaba frío y otras telas con las que se hacían distintas prendas de vestir. Todo lo que se hacía era de encargo.
Los miércoles, día de mercado en Lerma, se recogían los encargos. En los soportales, junto a la relojería, estaba el tejedor de Villalmanzo. Le llevaban los ovillos que hacían falta para tejer la manta o la alforja…, se pesaban, se engarzaban unos con otros y entre los hilos se anotaba el nombre y el pueblo. El miércoles siguiente o el día que se le indicara ya podía venir a por ello. Si había sobrado un poco de lana se le devolvía en el seno de la alforja.
De los dos telares, en el uno se hacían las mantas y en el otro las alforjas. Con los ovillos había que hacer una madeja con tantos hilos como llevara la pieza y tan larga como se quisiera hacer. Normalmente cada pieza tenía su medida.
Se ponían los ovillos en el arcamesa, combinando los colores a gusto del interesado, casi siempre el blanco y negro, y de allí pasaban al urdidero donde se formaba la madeja que después se enrollaba en el enjulio del telar.
Detalle de un cornijal
Una vez tejida la tela, si era manta para los animales, se doblaba y se cosía por uno de los lados para que les cubriera bien todo el cuerpo. Las alforjas se hacían cosiendo la tela y se ponía un cornijal en las puntas. Algunas llevaban un entrelazado de cordones muy bonitos.
En el telar trabajaba toda la familia, ya que había que formar la pieza y hacer las canillas que se necesitaban para tejer. Con frecuencia había que torcer los hilos. Todo esto se hacía en la rueda de las canillas”.

EL OFICIO DE TEJERO

Mi amigo Francisco García trabajó tres temporadas en la tejera, aunque comenzó solo con 12 años. Recuerda su quehacer en este oficio:
“Empecé el 2 de mayo de 1945, recuerdo que la primera temporada me pagaron 9 pts. Y las otras dos, 6 pts. y mantenido. De maestros trabajaban Pedro y Ángel (eran de Lerma), padre e hijo. El proceso era el siguiente: primero se molía la tierra con el carro y luego se cribaba. Después, se trabajaba el barro para moldear la teja: esto lo hacía Fidel Marcos. Cuando ya se tenían preparadas las tejas, se cocía una horna. Primero se metía piedra caliza, que se traía del risco, hasta unos 70 cm de espesor. Luego se ponían dos capas de ladrillos y, después, cinco capas de tejas y se terminaba con ladrillos. El día que se llenaba el horno, todo el mundo tenía que arrimar el hombro”. Las tejas de Villalmanzo se vendían por todos los pueblos de alrededor.

He dejado para el final el oficio de posadero, por los gratos recuerdos que trae a todos los vecinos. Y es que las paredes de una posada, venta, fonda… siempre están cargadas de recuerdos. Y no tanto por sus muros (¿quién recuerda el color de sus tabiques?), sino por las gentes que un día las habitaron y las dieron vida.

EL OFICIO DE POSADERO

D. Victoriano Obregón regentaba la posada de Villalmanzo. Situada en una casa muy grande en la C/ Trastercio, nº 1. Era el destino de todo aquél que tenía que salir de su casa para, en otros lugares, ofrecer y vender su trabajo o sus creaciones.
Preguntamos a su familia cómo era aquella posada y amablemente han compartido con nosotros gratos recuerdos que seguro les llenarán de nostalgia:
“En aquél entonces la gente se desplazaba normalmente con mulas, burros y caballos. Cuando llegaban a un lugar, esperaban poder alojarlos también. La posada de D. Victoriano poseía tres cuadras, una de ellas muy grande. Dio alojamiento a mucha gente procedente de los más diversos oficios.
Recuerdo a los carreteros, traían madera. Ellos se hacían la comida, que consistía en sopas de leche de primer plato, de segundo patatas con carne, comiendo primero la carne.
Cuando venían los aceituneros, con sus burros traían la alegría. El Tío Silverio y sus dos hijos, Patrocinio y Eladio. Tocaba el Tío Silverio la zambomba y empezaba diciendo:
Los sastres son mariquitas,
Los zapateros culones,
Los barberos lavacaras
Y los herreros soplones
Y la flor del romero
Que por ti yo me muero.
Esas noches de invierno eran muy agradables: entre bailes, chistes y canciones se pasaba muy bien.
A lomos de buenos caballos venían los pellejeros. Eran hermanos. León, Antonio, Antolín y Eusebio, traían sus pieles y, por escolta, un buen montón de moscas. ¡Aquello olía muy mal!
En mayo-junio llegaban los trilleros y se quedaban hasta agosto. Los que más nos frecuentaban eran los “Foliques”, el Tío Alejandro y su mujer Leonor, acompañados de sus hijos, Alejandro, Aniceto, Teodora y Eutiquio (este era el más gamberro de todos). Cuando llegaban, iban al río a sacar piedras para empedrar los trillos. Primero venían en carro, siempre cargado de trillos, pero con el tiempo cambiaron su medio de transporte por una furgoneta.
También venían los comediantes, acompañados de su cabra. Cuando llegaban tomaban la cuadra grande como “teatro de comedias” y allí acudía todo el pueblo.
Más tarde venían los teleros. Honorio venía con un carro, después Florentino, que se quedó a vivir en el pueblo, y los hermanos Enrique y Benjamín montados en bicicleta, que cuando era invierno, los pobres llegaban con mucho frío.
He dejado para lo último a los que compraban oro, plata y joyas, que tampoco faltaban. Ellos dormían siempre en camas y digo esto porque los otros, cuando ya no había camas, con unos sacos grandes que se llenaban de paja, dormían en la gloria, salvo las mujeres que siempre lo hacían arriba.
La comida consistía casi siempre en patatas guisadas con carne o carne guisada o sopas de ajo con chuletillas; para el desayuno, huevos fritos con panceta. No se podía poner mucha más variedad porque en las carnicerías no había otra cosa. El precio no llegaba a cien pesetas y los que se quedaban temporadas largas, también pagaban el último día.
La posada estuvo abierta hasta finales de los sesenta. Para entonces ya se cobraba 125 pts.
Recuerdo con cariño aquellos tiempos en los que, cómo no, se vivió de todo. Pero en mi memoria se han guardado más las alegrías que las penas”.
Después de todo esto, a mi solo me queda dar las gracias a todos por compartir sus recuerdos, me ha resultado muy gratificante. Espero que a vosotros también.

2 comentarios:

  1. !Qué pena! Yo he visto desaparecer al último pastor del pueblecito donde vivo. Me alegraba la vista abrir la ventana y ver a las ovejas en la colina de enfrente. Los corderitos eran una ricura, te los habrías llevado a casa de mascota.
    Casi nadie quiere ser pastor, dicen que estar en el campo con las ovejas es duro. Yo prefiero estar con las ovejas que en una ventanilla de atención al público o en una obra o en una fábrica o en un bar.

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    1. Si, es una pena que ahora todo sea "producción en cadena", pero, como bien dices, la vida de pastor es muy dura, sobre todo en nuestras tierras castellanas, con estos climas. Y sabes, creo que es una de esas profesiones que han de ser por vocación, aunque parezca fácil, no todo el mundo sirve. Y en el mundo de hoy cada vez menos

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