La tejera de Villalmanzo. Años cuarenta |
EL OFICIO DE PASTOR
Aún se recuerdan
los grandes rebaños que de Extremadura venían a nuestra Castilla donde se
pastaba por esas grandes llanuras llamadas cañadas merinas. Aquellos pastores
caminaban cientos de kilómetros acompañados de sus fieles perros (el mastín
leones o el lebrel manchego), muy defensores de los ataques de los lobos,
principalmente durante las noches de luna llena.
Cuando caía la
noche y el ganado estaba cercado, el pastor cocinaba, hacía lumbre y, todos
alrededor, comían las migas, muy bien hechas. Degustaban de ellas y de las
carnes de su ganado.
Los burros de
carga, con sus albardas al lomo. Unos traían los alimentos: pan, patatas,
judías y carnes. Otros, las mantas y los útiles para toda la estancia en
Castilla. Una vez terminada la temporada, siempre entrado el otoño, la vuelta a
su tierra era muy diferente: de todo el ganado que habían traído, el 90 % había
sido vendido en los mercados castellanos, llevándose, a cambio, trigo,
garbanzos, titos, lentejas, alubias y, también, burros y caballos.
Pero estos pastores
trashumantes no eran los únicos que pisaban nuestro suelo. En Villalmanzo
los teníamos propios. Sólo en el siglo
XX el número de rebaños de ovejas superaba la decena. Cada pastor arreaba
puntas de unas 120 cabezas, no todas del mismo amo. Para poder distinguirlas se
marcaba el animal con una contraseña; la mayoría en una de las orejas, con una
incisión, un corte etc. También se las marcaba en el lomo con un toque de
pintura. Con ello, el pastor lo tenía más fácil, pues si moría una en el
camino, se la tenían que enseñar al dueño y, de esta manera, bastaba con que
trajeran la piel con la marca. Además, al llegar al pueblo para guardarlas, la
marca de pintura hacía más rápida su distribución.
Los pastores, se
ajustaban por San Pedro (29 de junio). También por estas fechas se realizaba el
esquileo: con ello se preparaba a las ovejas para pasar los calores del verano
y se las prevenía de las temibles garrapatas.
En el verano las
ovejas no regresaban al pueblo: se quedaban en las tenadas que había repartidas
por distintos términos del pueblo. Los pastores y sus perros, partían por la
mañana temprano, con su cayado y en su zurrón algunas viandas para pasar el
día: huevos, tortilla, chorizo de matanza… después de comer, tomaban leche de
alguna oveja que en ese momento tuviera crías. Al finalizar el día, volvían a
casa y, de cena, comían el cocido del mediodía.
En noviembre, las
ovejas volvían del monte a las tenadas del pueblo, para que se pusieran fuertes
y parieran, que ya venían en gestación. Estas ovejas eran las llamadas borras.
Los corderos eran destinados al engorde y las hembras para la reproducción.
Las tenadas estaban
construidas con adobes. Sus tamaños eran variados y la forma solía ser
rectangular o cuadrada, en forma de vallado. Disponían de una sola puerta de
entrada y, la parte superior, solo tenía la mitad cerrada con tejado, la otra
parte estaba al aire libre. Estaban instaladas en varios términos del pueblo
(Valdecalzada, La Dehesa, Valdondiego…)
El estiércol que
generaba este ganado se lo repartían entre los propietarios de manera
proporcional al número de cabezas que cada uno poseía.
Los carniceros del
pueblo tenían un rebaño cada uno, pero solo durante cinco o seis meses al año.
Compraban varios corderos y ovejas para su venta en las carnicerías y su
sostenimiento. Los pastores que cuidaban estos rebaños eran de temporada.
En la primera mitad
del siglo XX existieron otros rebaños: uno de mulos y dos de vacas (unas eran
para la producción y otras para la labranza).
Hoy en día ya no
existen en Villalmanzo rebaños de ningún tipo que pasten en el campo, pero sí
existe ganadería. Hay 5 empresas que se dedican a la cría de ganado porcino
(todas esta explotaciones están integradas en la Agrupación de Defensa
Sanitaria Arlanza) y dos granjas
avícolas (están integradas en la Cooperativa Avícola Ganadera de Burgos).
Autor: Ricardo Arnaiz.
EL OFICIO DE TEJEDOR
El viejo oficio de
tejedor sustentó a muchas familias en Villalmanzo a lo largo de siglos y, con
su arte, hicieron famoso al pueblo: ¿quién no ha oído hablar de los telares de
Villalmanzo?
El último tejedor
fue Fernando Martínez Obregón, que falleció en 1973. Ejerció su oficio hasta el
año 1966 en unos telares situados en el número 7 de la Plaza Mayor. Sus telares
fueron adquiridos por la Excma. Diputación de Burgos, y expuestos en 1980, en
la exposición de artesanía del Monasterio de San Juan de Burgos.
Su hijo nos cuenta
cómo era el oficio de D. Fernando:
“Se hacían alforjas
y mantas para el ganado y costales para llevar el grano. También se hacían en
ellos: cobertores, mantas y sábanas de lino. Para las personas se tejían fajas
de lana con las que se daban unas cuantas vueltas y no se pasaba frío y otras
telas con las que se hacían distintas prendas de vestir. Todo lo que se hacía
era de encargo.
Los miércoles, día
de mercado en Lerma, se recogían los encargos. En los soportales, junto a la
relojería, estaba el tejedor de Villalmanzo. Le llevaban los ovillos que hacían
falta para tejer la manta o la alforja…, se pesaban, se engarzaban unos con
otros y entre los hilos se anotaba el nombre y el pueblo. El miércoles
siguiente o el día que se le indicara ya podía venir a por ello. Si había
sobrado un poco de lana se le devolvía en el seno de la alforja.
De los dos telares,
en el uno se hacían las mantas y en el otro las alforjas. Con los ovillos había
que hacer una madeja con tantos hilos como llevara la pieza y tan larga como se
quisiera hacer. Normalmente cada pieza tenía su medida.
Se ponían los
ovillos en el arcamesa, combinando
los colores a gusto del interesado, casi siempre el blanco y negro, y de allí
pasaban al urdidero donde se formaba
la madeja que después se enrollaba en el enjulio
del telar.
Detalle de un cornijal |
Una vez tejida la
tela, si era manta para los animales, se doblaba y se cosía por uno de los
lados para que les cubriera bien todo el cuerpo. Las alforjas se hacían
cosiendo la tela y se ponía un cornijal en las puntas. Algunas llevaban un
entrelazado de cordones muy bonitos.
En el telar
trabajaba toda la familia, ya que había que formar la pieza y hacer las canillas que se necesitaban para tejer. Con
frecuencia había que torcer los hilos. Todo esto se hacía en la rueda de las canillas”.
EL OFICIO DE TEJERO
Mi amigo Francisco
García trabajó tres temporadas en la tejera, aunque comenzó solo con 12 años. Recuerda
su quehacer en este oficio:
“Empecé el 2 de
mayo de 1945, recuerdo que la primera temporada me pagaron 9 pts. Y las otras
dos, 6 pts. y mantenido. De maestros trabajaban Pedro y Ángel (eran de Lerma),
padre e hijo. El proceso era el siguiente: primero se molía la tierra con el
carro y luego se cribaba. Después, se trabajaba el barro para moldear la teja:
esto lo hacía Fidel Marcos. Cuando ya se tenían preparadas las tejas, se cocía
una horna. Primero se metía piedra caliza, que se traía del risco, hasta unos 70
cm de espesor. Luego se ponían dos capas de ladrillos y, después, cinco capas
de tejas y se terminaba con ladrillos. El día que se llenaba el horno, todo el
mundo tenía que arrimar el hombro”. Las tejas de Villalmanzo se vendían por
todos los pueblos de alrededor.
He dejado para el
final el oficio de posadero, por los gratos recuerdos que trae a todos los vecinos. Y es que las paredes de una posada, venta, fonda… siempre están
cargadas de recuerdos. Y no tanto por sus muros (¿quién recuerda el color de
sus tabiques?), sino por las gentes que un día las habitaron y las dieron vida.
EL OFICIO DE POSADERO
D. Victoriano
Obregón regentaba la posada de Villalmanzo. Situada en una casa muy grande en
la C/ Trastercio, nº 1. Era el destino de todo aquél que tenía que salir de su
casa para, en otros lugares, ofrecer y vender su trabajo o sus creaciones.
Preguntamos a su
familia cómo era aquella posada y amablemente han compartido con nosotros
gratos recuerdos que seguro les llenarán de nostalgia:
“En aquél entonces
la gente se desplazaba normalmente con mulas, burros y caballos. Cuando llegaban
a un lugar, esperaban poder alojarlos también. La posada de D. Victoriano
poseía tres cuadras, una de ellas muy grande. Dio alojamiento a mucha gente procedente
de los más diversos oficios.
Recuerdo a los
carreteros, traían madera. Ellos se hacían la comida, que consistía en sopas de
leche de primer plato, de segundo patatas con carne, comiendo primero la carne.
Cuando venían los
aceituneros, con sus burros traían la alegría. El Tío Silverio y sus dos hijos,
Patrocinio y Eladio. Tocaba el Tío Silverio la zambomba y empezaba diciendo:
Los sastres son
mariquitas,
Los zapateros
culones,
Los barberos
lavacaras
Y los herreros
soplones
Y la flor del
romero
Que por ti yo me
muero.
Esas noches de
invierno eran muy agradables: entre bailes, chistes y canciones se pasaba muy
bien.
A lomos de buenos
caballos venían los pellejeros. Eran hermanos. León, Antonio, Antolín y
Eusebio, traían sus pieles y, por escolta, un buen montón de moscas. ¡Aquello
olía muy mal!
En mayo-junio
llegaban los trilleros y se quedaban hasta agosto. Los que más nos frecuentaban
eran los “Foliques”, el Tío Alejandro y su mujer Leonor, acompañados de sus
hijos, Alejandro, Aniceto, Teodora y Eutiquio (este era el más gamberro de
todos). Cuando llegaban, iban al río a sacar piedras para empedrar los trillos.
Primero venían en carro, siempre cargado de trillos, pero con el tiempo
cambiaron su medio de transporte por una furgoneta.
También venían los
comediantes, acompañados de su cabra. Cuando llegaban tomaban la cuadra grande
como “teatro de comedias” y allí acudía todo el pueblo.
Más tarde venían
los teleros. Honorio venía con un carro, después Florentino, que se quedó a
vivir en el pueblo, y los hermanos Enrique y Benjamín montados en bicicleta,
que cuando era invierno, los pobres llegaban con mucho frío.
He dejado para lo
último a los que compraban oro, plata y joyas, que tampoco faltaban. Ellos dormían
siempre en camas y digo esto porque los otros, cuando ya no había camas, con
unos sacos grandes que se llenaban de paja, dormían en la gloria, salvo las
mujeres que siempre lo hacían arriba.
La comida consistía
casi siempre en patatas guisadas con carne o carne guisada o sopas de ajo con
chuletillas; para el desayuno, huevos fritos con panceta. No se podía poner
mucha más variedad porque en las carnicerías no había otra cosa. El precio no
llegaba a cien pesetas y los que se quedaban temporadas largas, también pagaban
el último día.
La posada estuvo
abierta hasta finales de los sesenta. Para entonces ya se cobraba 125 pts.
Recuerdo con cariño
aquellos tiempos en los que, cómo no, se vivió de todo. Pero en mi memoria se
han guardado más las alegrías que las penas”.
Después de todo esto, a mi solo me queda dar las gracias a todos por compartir sus recuerdos, me ha resultado muy gratificante. Espero que a vosotros también.
!Qué pena! Yo he visto desaparecer al último pastor del pueblecito donde vivo. Me alegraba la vista abrir la ventana y ver a las ovejas en la colina de enfrente. Los corderitos eran una ricura, te los habrías llevado a casa de mascota.
ResponderEliminarCasi nadie quiere ser pastor, dicen que estar en el campo con las ovejas es duro. Yo prefiero estar con las ovejas que en una ventanilla de atención al público o en una obra o en una fábrica o en un bar.
Si, es una pena que ahora todo sea "producción en cadena", pero, como bien dices, la vida de pastor es muy dura, sobre todo en nuestras tierras castellanas, con estos climas. Y sabes, creo que es una de esas profesiones que han de ser por vocación, aunque parezca fácil, no todo el mundo sirve. Y en el mundo de hoy cada vez menos
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